Al corriente: mayo 3, 2021
Perspectivas: Alemania
La labor interreligiosa en Berlín, Alemania
A quienes siguen otros caminos religiosos, a menudo se les llama personas “extrañas”, pero viviendo en Berlín, Alemania, esto nunca nos ha parecido correcto. Por supuesto, “sus” vidas son, en cierto sentido, extrañas para “nosotros”, al reunirse como lo hacen en torno a historias diferentes, con canciones diferentes y, a menudo, en un día de la semana diferente al de nuestro culto dominical. Sin embargo –al vivir en esta ciudad, así como en muchos lugares del mundo– dichas personas “extrañas” se encuentran muy cerca; el encuentro y la relación más allá de esos límites, es algo demasiado cotidiano para que dicha extrañeza persista.
Esto no siempre es fácil. Neukoelln, nuestro antiguo vecindario [barrio], es un microcosmos que refleja dicha ambigua convivencia.
Pasado y presente
Esta ambigüedad se observa con solo dar una vuelta a la manzana: pasando las tiendas y restaurantes de migrantes que aún subsisten en medio del continuo aburguesamiento, y pasando los cafés y bares caros cuya intención es reemplazarlos; pasando una impresionante mezquita y un resplandeciente templo hindú pero también una antigua sinagoga, un recordatorio inquietante de cuánta vida judía hubo alguna vez en esta ciudad.
En este lugar, la esperanza de estar juntos en el presente está siempre ensombrecida por el sufrimiento del pasado, que nunca yace realmente en el pasado. En las calles empedradas frente a muchas casas de Berlín, se encuentran las Stolpersteine: placas de bronce conmemorativas que marcan las viviendas de las personas asesinadas por el régimen nazi.
Junto al templo hindú, se encuentra el Neue Welt, alguna vez un lugar de reunión popular para las reuniones de trabajadores y trabajadoras que organizaban la resistencia a la Primera Guerra Mundial.
El edificio principal de la mezquita Şehitlik es reciente, pero la presencia musulmana en este lugar es anterior al Estado alemán. La mezquita todavía sufre regularmente ataques xenófobos. Está ubicada al costado del aeropuerto de Tempelhof, que fue construido por el régimen nacionalsocialista, y fue vital para Berlín Occidental aislada durante la Guerra Fría. Ahora ha renacido como un gran espacio verde donde la gente va a volar cometas, cultivar verduras y jugar al fútbol. Personas refugiadas viven en el edificio terminal del aeropuerto.
Esta ciudad es antigua y nueva a la vez, mantiene viva la esperanza y está de luto permanentemente. Este lugar me hace recordar que las fronteras erigidas y las historias contadas para separarnos de “ellos o ellas” –las personas que pertenecen de aquellas que no–, pueden tener consecuencias fatales.
Nueva vida a partir de una historia penosa
Durante años, el Centro Menonita de Paz de Berlín realizó allí su labor, preguntándose sencillamemente qué podría significar el Reino de Dios en un lugar así. Desde un principio, quedó claro que esto debía incluir la creación de espacios para el encuentro y la hermandad interreligiosos. Y a medida que nos reuníamos con activistas, líderes religiosos y trabajadores sociales, nos maravillábamos de la inesperada vida nueva que surgía continuamente de nuestra labor conjunta, en medio de la penosa historia de esta ciudad.
Cuando trabajamos por la paz, siempre lo hacemos en medio de todo lo que ha acontecido antes. No se da nunca el nuevo comienzo que desearíamos. No se puede abordar al “otro religioso” simplemente como un “otro” sin un reconocimiento del desorden histórico del endeudamiento, el sentido de unidad fraterna y la violencia que ya están presentes en nuestra historia común.
A menudo se asume que todos o la mayoría de los caminos religiosos son iguales, o que son irreconciliablemente diferentes. Sin embargo, ninguno de estos enfoques aborda del todo el desorden histórico y contemporáneo, y la ambigüedad de la vida real.
Escuchar y testificar
En nuestro grupo de conversación cristiano-musulmán de Neukoelln, adoptamos el hábito de escuchar y testificar, permitiendo que el testimonio de la otra persona desafíe nuestra propia fe.
Tal es así que descubrimos rápidamente que nuestros caminos estaban lejos de ser fundamentalmente los mismos. Había demasiadas diferencias; nuestras historias, tradiciones y nuestros encuentros con Dios eran demasiado singulares, demasiado nuestros.
Sin embargo, dicha singularidad no inhibió nuestras conversaciones, sino que hizo que cobraran vida. Mi aprecio personal por la Trinidad y la Encarnación –pero también mi fascinación por el rabino Jesús y su camino de paz– se han profundizado al ser interpelado y desafiado por las preguntas y el testimonio de mis amistades musulmanas.
Pero a medida que compartíamos la mesa y las historias de fe, vida y comunidad, también las afirmaciones sobre diferencias inequívocas comenzaban a debilitarse. Nos dimos cuenta de que cristianos y musulmanes nunca formaron cuerpos homogéneos: a menudo estábamos en desacuerdo con nuestros “colegas” con más vehemencia que con los “otros”.
Algo creció entre nosotros que no puede describirse realmente como un acuerdo o una coincidencia, aunque también era algo más que un mero respeto de las diferencias: relación, comunidad. Quizá lo que vivenciamos no está tan lejos de ese singular Reino de personas extrañas y cenas inesperadas al que nos llama Jesús de Nazaret (Lucas 14,15-24).
—Marius van Hoogstraten, pastor de la congregación menonita de Hamburgo, colaboró con el Centro Menonita de Paz de Berlín (2011-2016).
Para más información: www.menno-friedenszentrum.de
Este artículo apareció por primera vez en Correo en abril de 2021.
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