Al corriente: junio 19, 2018
Dice un dicho que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y yo añadiría, o hasta cuando vea la amenaza real de llegar a perderlo.
Algo parecido nos pasó con nuestros recursos naturales. Por mucho tiempo tuvimos agua limpia a nuestro alcance, aire saludable para respirar, y un entorno limpio y agradable. Pero cuando nuestra ciudad empezó a crecer, comenzamos a ver basura a nuestro alrededor y nuestro aire se volvió de mala calidad. De pronto, nos dicen que están en peligro los ríos y quebradas de donde proviene el agua cada vez menos disponible, -porque el país concesionó los lugares donde nacen estas aguas para la explotación minera, en especial del oro-, entonces empezamos a preocuparnos.
Nuestra responsabilidad con el medio ambiente
Ello nos llevó a tomar en serio el cuidado de la naturaleza y unirnos a esta causa con muchas personas no necesariamente cristianas, pero con un profundo amor por la naturaleza. En concreto, pensamos que era nuestro deber involucrar a nuestra iglesia en la lucha contra la explotación minera de oro en la región de Cajamarca, con graves implicaciones ambientales para la región.
Es así que empezamos a participar de multitudinarias “Marchas Carnaval” por la vida, el agua y la soberanía de nuestro territorio. Además de implicaciones ecológicas y sociales, también tuvo repercusiones de tipo político, pues llevó a que las regiones promovieran consultas populares sobre si querían explotaciones mineras que afectaran el medio ambiente en su territorio. Esto contradecía las leyes que facultaban a nuestro gobierno con el argumento que la Nación era la dueña del subsuelo, al concesionar estas tierras sin consultar con sus habitantes.
Las grandes movilizaciones y la negativa de las comunidades expresadas en las consultas llevaron, por ahora, a la suspensión y el retiro de la compañía minera de Cajamarca, que esperamos sea definitivo.
Conciencia ambiental en la iglesia
Paralelamente, nos dimos cuenta de que en nuestras comunidades eclesiales no se tenía un conocimiento o, mejor aún, una conciencia ambiental. Por tal motivo, en la escuela dominical empezamos una serie de enseñanzas para adolescentes, jóvenes y adultos sobre el tema medioambiental, que llamamos Eco-teología. Varios de nosotros compartimos sobre el tema, entendiendo las razones por las cuales Dios, nuestro Padre Creador de todo cuanto existe, nos llama a ser cuidadores de su creación.
El tema suscitó mucho interés en nuestra comunidad y comenzamos a ver claros compromisos e iniciativas de nuestros hermanos y hermanas. Algunas de las iniciativas vistas individualmente parecerían esfuerzos inútiles, pero miradas en conjunto, cuando se suman a las de los demás, comienzan a tener repercusión.
Por ejemplo, nos dimos cuenta que teníamos que reciclar y empezar a hacerlo desde el origen de los desechos, lo cual nos llevó a adquirir e instalar en nuestra iglesia un punto ecológico donde clasificamos nuestras basura para facilitar su reciclaje. La gente empezó a traer las tapas plásticas de sus envases de refrescos y agua y donarlas a una entidad “tapas para sanar”, que las recicla y usa las utilidades para el cuidado de niños con cáncer. Cuando hablamos sobre el daño que hacen las pilas y baterías de celulares al medio ambiente, algunos hermanos comenzaron a llevar sus pilas en desuso a la iglesia; ahora tenemos que conseguir un contenedor adecuado para recibirlas y después llevarlas a un lugar apropiado. Otra hermana entendió que si gastábamos menos papel en nuestra iglesia y usábamos el proyector para mostrar el orden del culto en lugar de entregar una copia impresa a cada persona, íbamos a contribuir a salvar algunos árboles.
Y así, pequeñas acciones como recoger la basura, caminar, andar en bicicleta, no usar desechables y otras cositas, empezaron a ser importantes para todos.
Durante casi un año enfatizamos la enseñanza sobre el cuidado del medio ambiente. Creemos que ahora somos una comunidad con un alto grado de compromiso y conciencia medioambiental.
—José Antonio Vaca Bello, miembro de la Iglesia Cristiana Menonita de Ibagué, de Tolima, Colombia.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2018.
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